lunes, 16 de agosto de 2010

La hora de terminar con la indefinición sobre Granadilla

Nota de la Redacción: Este editorial del Diario de Avisos sobre el puerto de Granadilla, aunque favorable al puerto, se quiebran unos cuantos dogmas acerca del tema. Se nombra el problema de los vientos, las dimensiones del puerto, que pueda ser sustituto al de Santa Cruz y, sobre todo, a que pueda ser un Arinaga II. Algo es algo, acostumbrados a como estábamos los que nos oponemos a este puerto a que se nos ninguneara de manera descarada ahora  la estrategia es aceptar las críticas por serias y coherentes. Está claro, cada vez la voluntad por este dichoso puerto es menor.


Las obras del puerto de Granadilla se reanudaron esta semana, aún en fase muy preliminar, y por decisión de la Autoridad Portuaria de Santa Cruz, que alude a la aprobación del nuevo catálogo autonómico de especies protegidas como argumento para reiniciar unos trabajos que nunca han sido suspendidos por la Justicia. Sí lo fue la anterior descatalogación de los sebadales, uno de los frentes de conflicto en torno a un proyecto de infraestructura sometido a una fuerte y, en los últimos años, inamovible discusión que se prolonga ya por tres décadas como mínimo. A estas alturas resulta ya difícil discernir sobre las posibilidades del puerto para servir a la economía productiva de Tenerife y su provincia, pero no menos complejo es el dilema sobre su operatividad técnica en zona de vientos, y sobre su real impacto sobre el medio costero de la zona. Todo ello, teniendo en cuenta que la parálisis sine die de todo proyecto de infraestructura no puede pasar tampoco como un éxito de la sociedad en su conjunto, pues sólo una economía moderna, competitiva y próspera -que hoy no disfrutamos precisamente en Canarias- podrá sostener una política social (y ambiental) digna de tal nombre. Pero al parecer esto resulta muy difícil de entender en Tenerife, donde las posiciones se traducen en actos permanentes de autoafirmación y descalificación del contrario. Así, hasta el hastío generalizado.

El proyecto portuario e industrial en Granadilla, ya lo hemos señalado aquí, tiene que ser defendible (y defendido) por encima de los beneficios temporales que comporta su construcción, pues se trata de una obra destinada a permanecer y, por supuesto también a aportar una diversificación económica que complete, y nunca sustituya, la actividad portuaria que ya se realiza en Santa Cruz de Tenerife. De hecho los mensajes del pasado desde la Autoridad Portuaria, por fortuna superados, y que aludían a la sustitución de un puerto por otro, se han convertido a la larga en argumentos contra la construcción del puerto en el Sur (además de perjudicar a la actividad económica en la capital, pero esa es otra historia). Ahora el debate está planteado en términos más razonables, pero falta un esfuerzo decidido de los operadores portuarios sobre las potencialidades del nuevo puerto, porque vivimos en un mundo competitivo donde es preciso explicar las cosas fuera y convencer dentro. El puerto de Granadilla tendrá que funcionar como eje comercial e industrial de Tenerife para que su utilidad sea entendida y apreciada por la sociedad; de hecho, la repetición en esta isla de un espectáculo como el del puerto de Arinaga, en Gran Canaria, resultaría inaceptable. Sea como base para los proyectos de gasificación, sea como nudo logístico de primer orden en el Atlántico, Granadilla, por su coste ambiental -aunque se tomen medidas correctoras-, y por el debate que ha generado en la sociedad isleña, no puede acabar siendo otra infraestructura más, relegada a un segundo plano cuando se corta la cinta inaugural. Hablamos de superar la indefinición, de romper con el círculo vicioso de acusaciones mutuas, de terminar con la criminalización como estilo habitual. Pero también de asumir las exigencias del nuevo siglo y actuar en consecuencia. Con transparencia y sin más chapuzas. No hay otro camino posible.