Vía: granadablogs.com
José Antonio Mateo Miras. Ex Director del Centro de Recuperación del Lagarto Gigante de La Gomera
No quisiera parecer presuntuoso, pero he vivido tan de cerca la  elaboración del nuevo Catálogo de Especies Amenazadas de Canarias que  corro el riesgo de ahogarme en un mar de chismes y asuntillos.  Intentaré, por eso, reprimirme con el firme propósito de hilvanar algo  sensato y razonable -o al menos entendible- que pueda servir para  acercar al lector al problema generado en Canarias.
Podría empezar diciendo que el sueño de  un funcionario recién ascendido al que le gustaban los insectos, acabó  por convertirse en la pesadilla insular de la flora y de la fauna. Como  lo oyen.
Después de algunos años de trabajo, en  los que decidió aplicar a todas las especies del Archipiélago el mismo  rasero que él pensaba que otros habían aplicado antes a sus queridos  artrópodos, nuestro amigo hizo público un grueso informe. En su obra  venía a vengarse de tantos años de “maltrato” e “ignominia” hacia esos  bichos carentes de columna vertebral que tantas alegrías habían dado a  su existencia.
A nuestro juicio, el celoso funcionario  no había entendido bien que el ser humano se preocupa preferentemente de  aquello que le produce emoción, y que la estadística nos dice que en  una lista de elementos para salvar de la quema se antepondrá siempre un  oso panda a una lombriz de tierra, un ave del paraíso a un nematodo, o  cualquiera de ellos a una bacteria del género Salmonella.
El problema de las especies en peligro  de extinción radica en que son muchas más de las que imaginamos y que,  por cuestiones prácticas, los catálogos de Especies Amenazadas (así, con  mayúsculas) sólo incluyen aquellas para las que existe una probabilidad  elevada de que dejen de estar entre nosotros en un plazo de tiempo  breve. Además, siempre tendrán prioridad aquellas que pueden ejercer de  paraguas para otras muchas.
Para entrar en el triste club de las especies amenazadas, los  animales y plantas evaluados deben ajustarse a unos criterios elaborados  por los que saben de estos asuntos (les recomiendo leer IUCN, 2002). Si  eso ocurre, el bicho o la planta pasará a estar “catalogado” y  requerirá de un plan de recuperación concebido para sacarlo de esa  lista roja.Obviamente, esos planes de recuperación  requieren que la administración competente realice un desembolso más o  menos importante, y en un archipiélago como el Canario, en el que  centenares de endemismos se encuentran al borde del abismo, la factura  termina siendo bastante abultada.
Durante algunos años (los que van de  2004 a 2007) el fantasma del nuevo catálogo canario voló sobre la cabeza  de los responsables de la conservación en España. Como el Guadiana -el  Guadiana del siglo XIX, se entiende, porque el de ahora va seco hasta  Ciudad Real-, el catálogo salía a la superficie de vez en cuando, para  desaparecer poco después. Era el culebrón de verano.
Con la información que dispongo no puedo  asegurar que no se necesite un nuevo puerto en una superpoblada isla de  Tenerife, pero de lo que no me cabe duda es que todo este asunto  despide un tufillo a especulación y pelotazo que hace temblar a  cualquier persona bien nacida.
Y entonces ocurrió: alguna mente lúcida  recordó que circulaba por ahí la propuesta de de nuestro  bienintencionado funcionario. Y ni corto ni perezoso, la rescató para  aligerar el elenco de especies amenazadas, eliminando de paso los  pequeños escollos medioambientales que entorpecían la viabilidad de  algunas obras, incluidas las del puerto de Granadillla. Y para darle un  toque dramático a la situación, se le ocurrió sacar a la palestra al  funcionario, para que cantara las alabanzas del megapuerto.
Pero el funcionario sólo quería que sus  bichos no sufrieran, y rechazó la invitación por parecerle estúpida. Por  eso fue fulminantemente cesado y ahora se dedica a resolver menesteres  grises que nada tienen que ver con los insectos… Mala suerte amigo.
No sé cómo acabará toda esta historia.  Ni siquiera sé si Canarias necesita (o no) otro puerto de contenedores  como el que se nos propone. Sin embargo, cada vez estoy más y más  convencido de que cualquier decisión importante que tomemos en los años  venideros deberá ser generosa, alejándose lo más posible de esos  fabricantes de burbujas que especulan con nuestro maltrecho y  superpoblado mundo.