lunes, 24 de mayo de 2010

El gusano y la taza rota

Vía: www.canariasahora.es

Elena Amavizca*
Les quería hablar de un gusano. Aunque me arriesgo a que muchos de ustedes dejen de leer inmediatamente estas líneas. Pero, es que no es un gusano cualquiera. ¡De verdad! El Pikaia, nuestro pequeño gusano, era más bien plano, de 5 centímetros de longitud, le encantaba el agua y nadaba usando su cuerpo y una prolongación de su cola como timón, mediante movimientos ondulatorios. Vivió en el Cámbrico, hace unos 500 millones de años. Y, lo mejor de todo, es que este ser que parece tan insignificante es el responsable de la evolución de todos los vertebrados del planeta. Su vida, según nos cuentan los biólogos evolutivos, condicionó la nuestra. ¿Y si hubiera desaparecido antes de tiempo? ¿Estaríamos aquí?
Me he acordado de Pikaia mucho esta semana. Dentro de unos días, si nada lo remedia, el Parlamento de Canarias aprobará una ley que pretende rebajar la protección al 50% de las especies en peligro de conservación de la comunidad autónoma, que elimina 226 especies protegidas, que rebaja la cobertura a otras 131 y ampara a 94, aunque estas últimas parece que de una forma extraña, ya que sólo serán amparados cuando se encuentren en determinados espacios protegidos.

En todo esto, lo normal, lo razonable, lo lógico hubiera sido preguntar a los expertos, a la comunidad científica, a nuestros sabios. Pero nadie lo ha hecho. En un momento en la que los políticos se llenan la boca hablando de la ciencia como motor del cambio hacia la sociedad del conocimiento, parece que aquí queremos seguir negando esta posibilidad y al menos parte de la clase política canaria prefiere poner en valor el analfabetismo en las ciencias de la vida. Lo normal, lo razonable, lo lógico sería avalar a nuestros investigadores.

Como en la viña del señor hay de todo. Hay investigadores buenos y malos, hasta excepcionales; los hay honestos y mentirosos y los hay que incluso hacen trampa. Pero, se han puesto todos de acuerdo para denunciar que el nuevo catálogo supondrá un retroceso" en la conservación de los recursos naturales de las islas, y que no responde a un análisis riguroso desde el punto de vista científico.

Precisamente fueron científicos los primeros turistas europeos que llegaron a las islas. No lo hicieron atraídos por las horas de sol y arena o la posibilidad de tomar birras sin parar mientras celebran los goles de la liga de futbol inglesa o las carreras de Fórmula 1, sentados en la terraza del hotel. Fueron grandes naturalistas, geólogos, botánicos, zoólogos… quienes nos hicieron las mejores campañas de promoción exterior. Estos viajeros plasmaron sus impresiones en distintas obras que vieron la luz a lo largo del siglo XIX y primeros años del XX impresionados por nuestra riqueza natural.

El británico Charles Lyell, uno de los fundadores de la geología moderna, y el naturalista, geógrafo y explorador alemán, Alexander von Humboldt fueron dos nombres excepcionales que se fijaron en Canarias. Hasta Darwin, soñaba con llegar a las islas y se tuvo que conformar con observar el Teide desde el Beagle, entre Gran Canaria y Tenerife. Los franceses Sabin Berthelot, Charles Joseph Proust y Louis Pitard, Eric R. Sventenius o el director del jardín Botánico Viera y Clavijo, David Bramwell. Sabios que supieron ver como nadie donde se encontraba nuestra riqueza. La lista sigue y sigue.

La naturaleza funciona como una auténtica cordada de alpinistas. Todos se necesitan, dependen unos de otros para alcanzar la cima. Nadie sobra. Un fallo grave puede llevar a todos al abismo. La concentración de uno, puede salvar al grupo. Es lo que el investigador Jordi Bastcompté, miembro del comité editorial de la revista «Science», la publicación que certifica la excelencia científica mundial, denomina la arquitectura de la biodiversidad. El ecólogo lo explica de una manera sencilla: imaginemos una taza depositada sobre una mesa a la que le vamos dando ligeros golpecitos con los dedos. Cada vez que le damos un golpecito, la taza se mueve muy pocos centímetros, de manera que su estado apenas cambia. Sin embargo, llegará un punto en que la taza caiga de la mesa y se estrelle en el suelo. Nos quedamos sin taza.

Ya le hemos dado demasiados golpecitos a nuestro patrimonio natural. Y una mala gestión en la conservación de las especies, sin duda, acerca la taza al borde de la mesa, de manera muy peligrosa.

*Periodista y miembro de la Asociación Canaria para la promoción de la Ciencia.