lunes, 7 de junio de 2010

Donde dije Diego


José Antonio Mateo Miras. Ex Director del Centro de Recuperación del Lagarto Gigante de La Gomera

No quisiera parecer presuntuoso, pero he vivido tan de cerca la elaboración del nuevo Catálogo de Especies Amenazadas de Canarias que corro el riesgo de ahogarme en un mar de chismes y asuntillos. Intentaré, por eso, reprimirme con el firme propósito de hilvanar algo sensato y razonable -o al menos entendible- que pueda servir para acercar al lector al problema generado en Canarias.

Podría empezar diciendo que el sueño de un funcionario recién ascendido al que le gustaban los insectos, acabó por convertirse en la pesadilla insular de la flora y de la fauna. Como lo oyen.

Les estoy diciendo que el nuevo catálogo de especies amenazadas aprobado por el Gobierno de Canarias es, de alguna manera, hijo del exceso de celo de un señor con la cabeza llena de mariposas y escarabajos que muy probablemente actuó de buena fe. Pero como ya se estarán imaginando, la cosa no quedó ahí.

Después de algunos años de trabajo, en los que decidió aplicar a todas las especies del Archipiélago el mismo rasero que él pensaba que otros habían aplicado antes a sus queridos artrópodos, nuestro amigo hizo público un grueso informe. En su obra venía a vengarse de tantos años de “maltrato” e “ignominia” hacia esos bichos carentes de columna vertebral que tantas alegrías habían dado a su existencia.

Otros -bastante menos propensos a esa visión paranoica de la situación- lo vimos entonces como una desacertada opinión que eliminaba de un plumazo a la mitad de las especies amenazadas que merecían ser consideradas como tales en Canarias, y un paso atrás que no debía consentirse.

A nuestro juicio, el celoso funcionario no había entendido bien que el ser humano se preocupa preferentemente de aquello que le produce emoción, y que la estadística nos dice que en una lista de elementos para salvar de la quema se antepondrá siempre un oso panda a una lombriz de tierra, un ave del paraíso a un nematodo, o cualquiera de ellos a una bacteria del género Salmonella.

Es una cuestión de escala, de proximidad evolutiva y de optimización de recursos que sólo nuestro amigo y otros tipos raros (aunque entrañables) no comprenderían… Para entendernos pondré un ejemplo: cuando quieres proteger a un elefante debes conservar el sitio donde vive, y entonces de paso también estarás protegiendo a las hormigas que circulan a su alrededor y a los nematodos que retozan en su ano. Algunos denominan a este proceder “conservación de especies bandera”.


El problema de las especies en peligro de extinción radica en que son muchas más de las que imaginamos y que, por cuestiones prácticas, los catálogos de Especies Amenazadas (así, con mayúsculas) sólo incluyen aquellas para las que existe una probabilidad elevada de que dejen de estar entre nosotros en un plazo de tiempo breve. Además, siempre tendrán prioridad aquellas que pueden ejercer de paraguas para otras muchas.
Para entrar en el triste club de las especies amenazadas, los animales y plantas evaluados deben ajustarse a unos criterios elaborados por los que saben de estos asuntos (les recomiendo leer IUCN, 2002). Si eso ocurre, el bicho o la planta pasará a estar “catalogado” y requerirá de un plan de recuperación concebido para sacarlo de esa lista roja.

Obviamente, esos planes de recuperación requieren que la administración competente realice un desembolso más o menos importante, y en un archipiélago como el Canario, en el que centenares de endemismos se encuentran al borde del abismo, la factura termina siendo bastante abultada.

Los criterios establecidos por los expertos pretenden ser objetivos. Pero si bien es cierto que casi nadie duda de esa objetividad, la selección de unas pautas en vez de otras es, en sí mismo, un ejercicio mayúsculo de subjetividad. Y ahí radica la clave de todo este embrollo: el informe del amable funcionario que sólo quería resolver un pequeño entuerto, se encontró sin pretenderlo con una excelente acogida de la clase política, que encontró por fin una razón supuestamente objetiva para redirigir presupuestos. Se trata, como deben haberse percatado ya, de una trampa. Pero tampoco quedó aquí la cosa…

Durante algunos años (los que van de 2004 a 2007) el fantasma del nuevo catálogo canario voló sobre la cabeza de los responsables de la conservación en España. Como el Guadiana -el Guadiana del siglo XIX, se entiende, porque el de ahora va seco hasta Ciudad Real-, el catálogo salía a la superficie de vez en cuando, para desaparecer poco después. Era el culebrón de verano.

En 2007 hubo elecciones regionales, y al nuevo gobierno salido de las urnas le preocupaba especialmente la paralización de su proyecto estrella: el puerto de Granadilla de Abona. La nueva terminal de contenedores situada en el sur de Tenerife pretendía resolver los problemas logísticos del Archipiélago, aligerando el abigarrado puerto de Santa Cruz y liberando de paso buenos terrenos junto al mar… ¡en el mismísimo centro de la capital!
Con la información que dispongo no puedo asegurar que no se necesite un nuevo puerto en una superpoblada isla de Tenerife, pero de lo que no me cabe duda es que todo este asunto despide un tufillo a especulación y pelotazo que hace temblar a cualquier persona bien nacida.

Y entonces ocurrió: alguna mente lúcida recordó que circulaba por ahí la propuesta de de nuestro bienintencionado funcionario. Y ni corto ni perezoso, la rescató para aligerar el elenco de especies amenazadas, eliminando de paso los pequeños escollos medioambientales que entorpecían la viabilidad de algunas obras, incluidas las del puerto de Granadillla. Y para darle un toque dramático a la situación, se le ocurrió sacar a la palestra al funcionario, para que cantara las alabanzas del megapuerto.

Pero el funcionario sólo quería que sus bichos no sufrieran, y rechazó la invitación por parecerle estúpida. Por eso fue fulminantemente cesado y ahora se dedica a resolver menesteres grises que nada tienen que ver con los insectos… Mala suerte amigo.

El Gobierno de Canarias ha querido hacer trampas y ahora no sabe cómo salir del atolladero. En estos momentos nos encontramos ante un proyecto portuario medio paralizado por la Justicia y con un catálogo de especies amenazadas todavía supeditado a una ley nacional, que sigue amparando a todas las especies defenestradas. Para colmo, los canarios están muy cabreados.

No sé cómo acabará toda esta historia. Ni siquiera sé si Canarias necesita (o no) otro puerto de contenedores como el que se nos propone. Sin embargo, cada vez estoy más y más convencido de que cualquier decisión importante que tomemos en los años venideros deberá ser generosa, alejándose lo más posible de esos fabricantes de burbujas que especulan con nuestro maltrecho y superpoblado mundo.