jueves, 20 de mayo de 2010

Rebelión en la fauna. Por Jaime Coello Bravo


Rebelión en la fauna

A las 5 de la mañana, los animales comenzaron agruparse. Los de la alta montaña fueron avisados los últimos, pero a esa hora ya estaban listos para volar o marchar hacia las costas. Un bisbita caminero le comentó a una pimelia que estuviese tranquila, que ese día no era de caza, sino de despedida, de fin de ciclo y de éxodo. Los cernícalos difundían los mensajes a intervalos regulares, manteniéndose estáticos en el aire, con un enérgico y rítmico batir de alas. Los conejos, siempre tímidos y coquetos se dejaron ver los últimos y con sus grandes orejas captaban las consignas que venían desde el aire y  las repetían con un hablar atropellado y nervioso.


Los lagartos ateridos de frío y recién salidos de su descanso invernal se preparaban para el día decisivo, buscando el calor de los cuerpos de otros animales.

A las 5.30 comenzaron un viaje que podía ser el último. El cielo se pobló de aves de todos los tamaños y colores, los pequeños  y grandes pájaros oscurecieron con sus cuerpos y alas el cielo iluminado por el incipiente amanecer. Los canarios hacían oír su bello trinar y a quien quisiera escucharles decían: nos vamos porque nos echan de nuestra isla. Los herrerillos siempre caballerosos y galantes eran menos vehementes y no cesaban de repetir: no podemos quedarnos donde no nos quieren. Las aguilillas, solemnes y de volar pesado y torpe, no paraban de repetirles a los cernícalos con voz grave que si hubieran estado más pendientes de lo que se les venía encima que de estarles molestando todo el día, otro gallo les hubiera cantado. Por todo el cielo de la isla se escuchaba un enorme bramido, no solo provocado por el batir de alas sino por miles de graznidos, trinares y  piares indignados y furiosos.

A las seis la tierra de Tenerife comenzó a temblar y las agujas de los sismógrafos se volvieron locas. Millones de hormigas, escarabajos y arañas abrían la  variopinta comitiva y junto a ellas los grillos medio dormidos y resacados después de la noche de juerga. Habían acordado que caminaran muy deprisa para no ser aplastados por los animales mayores. La hormiga reina presidía el desfile y arengaba a las suyas: “¡que no se diga que las hormigas son unas haraganas, adelante siempre, adelante! Por encima de sus cabecitas volaban abejas, abejones y mariposas. Dos vanessas de los volcanes comentaban en animada charla la insensibilidad de esos malditos seres humanos que desde que habían llegado a la isla no habían provocado más que destrucción y caos: “¿Te lo dije o no? Que esos bichos enormes, que parecen monos pero que no tienen  tanto pelo y encima creen que piensan, iban a acabar por echarnos de aquí”.

Una mosca se puso a su altura y dijo casi escupiendo, “con la nueva ley no se essscapa nadie, todo lo que nada, corre y vuela a la cazzzuela. A nosssotrasss nadie nos ha hecho caso nunca, nuessstro fin es ser aniquiladasss por una chola, un matamosscass o morir aplastadassss contra los parabrisas. Pero ssssi se van todos los animales, de quien viviremosss, no queremos quedarnosss sssolasss con esssosss paletosss.

“No seas pesada mosca” le respondió una de las vanessas, alejándose de ella.

Llegó la hora de los lagartos, los conejos, los ratones y las ratas, hasta los recién llegados muflones se unieron a la marcha: “nos invitaron tarde a la fiesta, luego nos enteramos que no éramos bienvenidos y que  nadie nos quería y que los humanos deseaban exterminarnos. Definitivamente no hay sitio para nosotros en esta isla, nos vamos”. Las ranas cada vez que saltaban gritaban: “traidores” “mentirosos” “tramposos” Las esquivas lisas con cara de pocos amigos no podían ocultar su enojo y les decían a sus primos los perenquenes: “tantos años librándoles de las moscas, los mosquitos y las arañas ¿para qué? Ya les dijimos que no eran de fiar, que no serviría de nada ¿Teníamos razón o no?”

Los murciélagos habían decidido arriesgarse y volar de día. Los búhos chicos y las lechuzas estaban en parecida situación y acordaron ayudarse mutuamente. La agresión de los humanos les había unido.

Uno de los murciélagos había sido el encargado de llevarles a los animales domésticos la propuesta de acción conjunta. Lamentablemente no le habían entendido aunque  lo que él realmente pensaba es que no habían querido entenderle. Sus padres ya le habían advertido cuando era pequeño que las vacas son bastante tontas y que las cabras siempre tiran p’al monte. Los perros y los gatos le hablaron con las mismas palabras que los seres humanos y la tribu heterogénea de animales de jaula y de exóticos directamente ni le contestaron. Habían perdido la capacidad de hablar.  

Llegaron a las afueras de esa ciudad contaminada y llena de peligros llamada Santa Cruz a las nueve de la mañana y allí se reunieron con las aves venidas de todas las demás islas. A los demás animales del resto del Archipiélago  no les hubiera dado tiempo de llegar por vía marítima. Llegó la hora de la verdad y tras ocupar la Plaza de Weyler bajaron en tropel por la Calle Castillo y se dirigieron al Parlamento. La consigna era clara para las aves: bombardearlo con deyecciones desde el aire. Así lo hicieron y en esa tarea contaron con el apoyo inestimable de las palomas y las tórtolas que como siempre  pasaban por allí y de las potentes gaviotas muy enfadadas ante la próxima y segura ausencia de pescado fresco. Cientos de cagadas cubrieron el edificio en pocos minutos.

El resto de los animales debía entregar una declaración al jefe de los seres humanos de la isla. Con la guardia de choque de los insectos delante, no les fue difícil forzar la entrada. Los seres uniformados que custodiaban el edificio tuvieron que ceder ante el empuje de aguijones, mordidas y zumbidos amenazadores.

 ¿Pero qué…? El presidente de los humanos no pudo terminar la frase. Estaba reunido con otro ejemplar de su especie, culminando lo que parecía ser un discurso. Finalizaba diciendo: “…el progreso y el bienestar de nuestras gentes debe armonizarse con el cuidado, la conservación y  el respeto al medio ambiente y a los animales que en él habitan. Es hora de diversificar la economía de Canarias y formar a nuestra gente. El modelo de construcción masiva debe terminar, más talento y menos cemento. Esta ley que aprueba el catálogo garantiza el máximo nivel de protección para la fauna de Canarias. Ahora estarán verdaderamente protegidos y con la categoría que les corresponde. Al ser un fiel reflejo de la situación de las especies en esta Comunidad, no habrá obstáculos para  la construcción de los grandes proyectos que queremos promover” Las termitas habían devorado la puerta en segundos y con mucha sorpresa advirtieron que su idioma y el que hablaba el Presidente eran prácticamente idénticos, ¡Le entendían todo!

 El Presidente contempló impotente como miles de animales entraban en su despacho ¡Menudo ultraje! ¡Y sin permiso! ¿Por qué la secretaria no les había impedido el paso? “Luis, recuérdame que tenga unas palabras con Ángeles sobre a quién deja entrar en mis dependencias.”  
  
Un enorme bramido hecho de millones de voces rasgó el aire “¡demagogia, mentiras!

“Pero si pueden hablar” dijo el presidente.

“Pues claro, por quién nos has tomado”, dijo un mirlo entrando por la ventana. “Cientos de años escuchándoles decir estupideces y aún crees que no entendemos la agresiva jerga que utilizan. La única verdad que has dicho es la última frase: “…no habrá obstáculos a la construcción de los grandes proyectos  que queremos promover.”

¿Cómo se atreven a irrumpir aquí? Dijo el presidente

“Nos atrevemos por los miles de años que llevamos viviendo en esta tierra, señor. Nosotros llegamos aquí mucho antes de que sus antepasados pisaran estas islas por primera vez,”dijo un cuervo con voz ronca.

“Eso, eso” apostilló una graja, “ustedes son unos recién llegados” “tenemos más derecho a estar aquí que ustedes”

“Yo soy el presidente de todos los canarios, y gobierno sobre todos ellos y sobre esta tierra, incluidos ustedes los animales”, dijo el presidente intentando ocultar el tono autoritario de su voz.

“Usted no nos gobierna”, dijo con gran parsimonia un lagarto moteado de Teno.

“No tiene autoridad sobre nosotros. Ninguno de los pactos tácitos que hemos acordado con los seres humanos, han sido respetados. Nuestros territorios se han visto reducidos a la mínima expresión en las últimas décadas, millones de animales son exterminados cada año. Hemos tenido que aguantar que nos pasen carreteras por encima, nos construyan viviendas sobre las nuestras  y que se diga por personas como usted que un miserable caracol no puede parar el desarrollo humano.

“E-so, e-so”, dijo un caracol muy despacito elevado por un enjambre de abejas. “Ten-go que de-cir-le u-na co-sa Se-ñor Presidente, na-die me tie-ne en con-si-de-ra-ción por-que di-cen que soy un  a-rras-trado y no paro de sol-tar ba-bas por la bo-ca. Sa-be lo que di-go que me he da-do u-na vuel-ta por es-te edi-fi-cio y he vis-to se-res hu-ma-nos que se a-rras-tran más y e-chan más ba-bas que los ca-ra-co-les”.

“Así se habla” dijo una lagartija hablando muy rápidamente, “nosotras no solo tenemos que aguantar que sus crías nos corten el rabo, nos destripen y nos asesinen vilmente sino que ahora pretenden bajarnos de categoría, y no, no, Señor Presidente, no sabe usted la categoría que tenemos todos los animales de Canarias”.

“Basta ya de tonterías, dijo el presidente” “Abandonen todos mi despacho” “Es una decisión del parlamento donde se sientan los legítimos representantes de Canarias”

“Un momento, dijo una tortuga marina, que había desembarcado frente al Cabildo y que acababa de llegar”¿Se ha escuchado la voz de  esos otros seres que son como ustedes pero que nos estudian y nos tratan con respeto?”

“Sí… de algunos, dijo dubitativamente el presidente”

“Eso, es de algunos, dijo un regordete mosquitero. Soy de La Laguna y allí los seres humanos que trabajan en eso que ustedes llaman  Universidad están en contra” Un pinzón de Gran Canaria, le hizo coro: “yo vengo de la Isla redonda y allí también los que llevan los rollos de árboles en las manos que trabajan en  Las Palmas no quieren que se apruebe eso que llaman ustedes ley”

“La ley es la voluntad del pueblo”

Entonces la tortuga marina dijo muy bajito y muy despacio “¿seguro que es la voluntad del pueblo porque muchos de los grupos de seres humanos que ustedes llaman Cabildos y Ayuntamientos están en contra? Si ustedes aprueban la ley, costará mucho que los seres humanos de estas Islas puedan discutirla ante esos seres vestidos de negro que llaman jueces” ¿Qué miedo tienen ustedes de mantener nuestra protección por una ley que aprueba su equipo, Señor presidente y que creo que llaman decreto” “No tenemos miedo”, dijo el presidente, la ley es mayor garantía para los animales”  

“¡MENTIRA!” aulló el coro de voces animales haciendo temblar el edificio. “Sabemos cuando un ser como usted miente, se les modifica la energía y sus rasgos se vuelven más humanos y menos animales”, dijo la tortuga. “Nos llaman animales salvajes, señor Presidente, pero en los cientos años de convivencia hemos descubierto que los salvajes son ustedes. Son capaces de una inmensa crueldad y de un enorme cinismo. Tenemos un mensaje para usted”dijo, y abriendo más la boca salió una seba.

Entonces comenzó a brotar de ella una voz dulce y suave, casi hipnótica acompañada del arrullo de las olas: “Hemos decidido todos juntos por unanimidad, abandonar esta tierra que ustedes se niegan a compartir con las especies animales. Hemos aguantado esta aniquilación silenciosa durante demasiado tiempo y muchos hermanos y hermanas que eran los últimos de su tribu, ya no están entre nosotros. A partir de ahora deberán ustedes vivir solos en estas rocas inhóspitas. Mis hermanas las plantas y mis hermanos los árboles han decidido morir aquí. Ahora solo nos iremos las que a juicio de usted, Sr. Presidente  y su grupo, no merecemos la protección que nos corresponde. Ha condenado a su pueblo a vivir solo sobre esta tierra. No volverán a escuchar los sonidos de los pájaros, las lombrices no fertilizarán ya su suelo y los conejos no servirán más de objetivo para sus escopetas. Las abejas se marcharán y no polinizarán las flores. En poco tiempo la tierra quedará yerma y nuestras hermanas de tierra morirán. El único sonido que escucharán sus atrofiados oídos será el de los motores de sus estúpidos coches.

Como nos vamos los sebadales, los peces, las tortugas, las ballenas y los delfines se alejarán de sus costas, Señor. Se acabó el pescado fresco y se acabaron sus visitas de los barcos a los show gratis de delfines y ballenas”.

“Quiero darle una última oportunidad, aún así ¿Quiere usted dejarlo todo como está o hacer otro catálogo mediante decreto que los seres que nos estudian le pueden ayudar a redactar?”

“La suerte está echada, el pueblo ha hablado” dijo el presidente

Un lamento desgarrador salió desde todos los rincones de la Isla, porque la misma tierra se unió al coro triste y humillado de los animales.

Millones de ellos, los terrestres, se lanzaron al mar en busca de objetos a los que agarrarse  y flotar hasta otras tierras donde algún grupo de esos seres tan extraños y autodestructivos quisieran compartir sus dominios con ellos. Las aves se llevaron a muchos miles, así como ballenas y delfines que no podían creerse la insensibilidad de unos seres con los que jugaban a diario y a los que siempre estaban dispuestos a darle todo. Con ellos y con los sebadales se fueron los peces y los demás habitantes del mar, a los que nunca se ha vuelto a ver por las costas de Canarias. Solo quedan los peces cautivos, ciegos y sordos cebados con pienso en sus jaulas.

Cuando el último animal hubo partido un atronador silencio se abatió sobre Tenerife.

“Al fin, lo hemos hecho” dijo el presidente “No se arrepentirá, se lo aseguro” contestó al unísono un coro de constructores”, saliendo de un armario. “Podemos vivir sin animales y el progreso no tendrá más obstáculos” “Sí, quién los necesita” Dijo el presidente.

Un modesto ciempiés que se había quedado rezagado le dijo: “Sr. Presidente puedo asegurarle a usted, que nos echará de menos y que lo que su coro llama progreso será mucho más duro para ustedes que la noche más fría y oscura, hasta nunca.”

Epílogo: Canarias 2020, han pasado diez años, desde que se aprobó el catálogo mediante ley. Las Islas son un desierto, no queda un animal en libertad con vida, los montes se mueren y la tierra que ocupaban se va erosionando y degradando. La gente se ha olvidado ya de los sonidos de los pájaros. El silencio de la noche es solo interrumpida por los ladridos de los perros, a los que ya no se unen los coros de ranas y grillos. Hace dos años que se detectó una epidemia de peces locos y los únicos que quedaban criados en jaulas han sido sacrificados. De vez en cuando alguna gaviota se acerca a las costas para llevar noticias a la diáspora de los animales canarios.

Un día, una mujer joven y su madre están sentadas al borde de un monte que se seca poco a poco. A sus pies pueden contemplar la vista de una tierra donde ya no cabe nada más. Autovías de seis carriles por cada sentido y líneas ferroviarias de alta velocidad dividen el territorio por todas partes. El resto del suelo lo ocupan edificaciones, las más pequeñas de 20 plantas, muy cerca de donde están ellas. Al sur se puede ver vacío el inmenso puerto de Granadilla. Aunque están a más de 1.500 metros de altitud el ruido es ensordecedor.

La gaviota las está sobrevolando y ve que la más joven tiene un libro abierto en las manos. Mamá, aquí dice que Canarias tenía uno de los índices de biodiversidad más altos de Europa, que había una inmensa variedad de animales y plantas, y que eran conocidas por los romanos como las Islas Afortunadas ¿Qué fue lo que pasó?

Varias lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de la mujer y correr por sus mejillas. “Nos dijeron  que no necesitábamos a los animales y que era la voluntad del pueblo dejar de  protegerlos. Nos dijeron que nuestros legítimos representantes estaban en el parlamento y que ellos pensarían y decidirían lo más correcto para nosotros, sin que tuviéramos que preocuparnos por nada. Yo me lo creí, casi todos nos lo creímos. Podíamos haber hecho algo, debíamos haber hecho algo”…

“Vamos hija, vete a buscar las armas, debemos ir a por agua, que casi no nos queda.”
Una gota de agua salada cae del cielo. La gaviota modifica el rumbo y vuela hacia la costa y el mar inmenso donde le espera la vida…y la libertad.